Hace poco leí un texto de Reven Sánchez titulado “síndrome del viajero eterno”. El texto me ha tocado profundamente. No obstante, intentaré darle mi interpretación personal.
Naces en un lugar, en un país, con una cultura y costumbres propias. Creces en una familia que te inculca unos valores y te marca, consciente o inconscientemente, unos objetivos en la vida. Tus amigos, que también han nacido en ese lugar, en ese país, con esa cultura y esas costumbres, tienen, quizá otros valores y otros objetivos. Ahí se produce el primer choque. No es cultural, no, pero hace que en ti nazca una voluntad de salir a conocer otros mundos, otras culturas y otros valores.
Y sales. Primero a otras ciudades dentro de “la misma cultura”. Y satisfaces temporalmente tus ansias de conocer con otros puntos de vista, otras inquietudes y, quizá, con otros valores también. Pero no basta. El viajero siempre quiere más. Una vez que has confirmado que no era cierto aquello que pregonaban tus tías de noventa años de que si cruzabas la señal con el nombre de tu ciudad tachado entrarías en un limbo de malas comidas, gentes antipáticas y otras tragedias griegas, te apetece seguir creciendo.
Después de haber conocido las diferencias dentro de tu propio país, te inclinas por la diferencia máxima: la cultura. Sí, a los viajeros nos gusta el riesgo. Al principio lo ves todo con ojos de niño que aprende de nuevo en la vida. Y los niños, ya se sabe, son como una caja vacía y aprenden rápido. Luego llega el momento –siempre llega- en que las diferencias molestan, en que te das cuenta, por ejemplo, de que al principio estaba bien hacer sólo una comida caliente al día pero que en realidad prefieres comer caliente dos veces al día, como tus padres te enseñaron. Ahí nace el choque cultural. Y por fin llega ese punto –no siempre llega, algunos se quedan por el camino- en que dudas, y en el que buscas tu hogar.
Pero tu hogar ya no es aquello que recuerdas que era tu hogar. La vida sigue para todos y todos evolucionamos. Tienes muchas ganas de volver a él y salvar por un tiempo esas diferencias. Sin embargo, llegas a tu hogar y las ganas de regresar al mundo de las diferencias se igualan a las de venir –o las superan- a los cuatro días. Porque tus valores, tus inquietudes y tus objetivos han cambiado y ya no encajan del todo con aquellos que te inculcó tu familia. Para ellos siguen siendo los mismos, en muchos casos.
Entonces te haces la pregunta del millón: ¿Dónde está mi hogar? Sin duda, yo me quedo con la moraleja del texto que me inspiró. Hogar significa algo que da calor. Y el calor no te lo da la habitación que en algún momento llenaste con pósters de tus grupos favoritos, sino la gente que compartió contigo esos gustos, esos valores y esos objetivos. Ahí es cuando te parece imposible conseguir juntar un mínimo de personas y cosas que den sentido a ese “hogar personal". Se produce el choque de "hogares personales". Las personas que forman para ti ese hogar tienen su propia idea de "casa personal". Y es ahí cuando se produce un choque de lugares, personas, amistades, relaciones, enemistades y, sobre todo, de elecciones.
Eliges y “formas un hogar”. Si tienes suerte y los hogares coinciden en un mismo lugar, habrás ganado. Para los demás, está el teléfono, Internet y Ryanair. Pero también te dan calor.